El monarca castellano Alfonso X el Sabio (1252-1284), bien conocido por sus inquietudes culturales y artísticas, vivió su particular annus horribilis en 1275. Se había desplazado a Francia para entrevistarse con el papa Gregorio X en Belcaire para resolver, definitivamente, sus aspiraciones al trono imperial: sus expectativas se vieron frustradas. Estando en Francia, su hijo mayor y heredero, el infante don Fernando de la Cerda, que había permanecido en Castilla a cargo de los asuntos domésticos, falleció mientras una nueva incursión africana comprometía la seguridad de la Frontera. El propio soberano, de regreso ya hacia Castilla, enfermó gravemente en Montpellier y, cuando pudo, por fin, reemprender el viaje, una de sus hijas, la infanta doña Leonor, que le había acompañado en esta solemne expedición, murió. Debió de ocurrir en las inmediaciones de Perpiñán. La joven frisaba la veintena y no se había concertado aún su matrimonio.
Alfonso X decidió que el cuerpo de Leonor fuese sepultado en el convento de monjas dominicas que él mismo había fundado en Caleruega. De esta manera, en lugar de enterrar a la muchacha en el monasterio cisterciense de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos, que era, a la sazón, el panteón dinástico de la casa real castellana, al que fue destinado el cuerpo de Fernando, Alfonso X sellaba su compromiso con esta iniciativa, que no era una fundación piadosa más, sino una fundación piadosa dotada de un alto contenido político y propagandístico. En efecto, Caleruega había sido la cuna de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de predicadores y uno de los personajes más carismáticos del Occidente medieval de principios del siglo XIII. Al decidir fundar un convento de monjas dominicas sobre el solar de su nacimiento el monarca castellano pretendía vincular el prestigio del santo y de su orden a sus intereses dinásticos. En 1266 la fundación se puso en marcha. En 1270 el monarca entregó la nueva casa, aún inconclusa, a la comunidad dominicana que se había formado hacía algún tiempo en San Esteban de Gormaz, que se trasladó entonces a su nueva ubicación. La muerte de la infanta doña Leonor le brindó la oportunidad de dejar constancia material de su compromiso con el nuevo convento a través de la fabricación del sepulcro monumental que ahora se ha recuperado.
Mermado por el paso de los siglos, podemos reconstruir sus características originales, a partir de sus escasos restos (apenas un tablón con decoración pictórica, amén de los leones de apoyo), merced a varias descripciones antiguas y a la comparación con otros sepulcros contemporáneos. De entre las descripciones antiguas merece destacarse la del arquitecto José de las Cosigas, quien en un informe redactado en 1736-39 menciona en el coro “un sepulcro, manteniéndole tres leones de bastante magnitud, y en la cubierta, fachadas y costados, tiene pintados treinta y seis leones con otros tantos castillos en forma de escudos, que son armas reales de Castilla, en donde está depositado el cuerpo de una hija de el rei don Alonso el Sabio, fundador de este real convento”. Esta y otras descripciones permiten imaginar el sepulcro calerogano como un gran sarcófago con cubierta a doble vertiente que presentaría sus distintas superficies pintadas con cuarteles con las armas reales. El patrón empleado para la distribución de estos emblemas es similar al que se documenta en textiles contemporáneos, de forma que, en su conjunto, el sepulcro produciría la impresión de ser un gran sarcófago cubierto con telas de lujo, como nos consta documentalmente que se encontraban muchos sepulcros contemporáneos.
Estas son, asimismo, las características que presenta el sepulcro de su hermano el infante don Fernando de la Cerda en las Huelgas de Burgos, si bien, en este caso, el patrón textil imitado es mucho más complejo. Uno y otro sepulcro son testimonios excepcionales de la estética imperante en la corte de Alfonso X el Sabio, bien distinta de la de sus contemporáneos europeos, informada por presupuestos formales propios del arte andalusí con sus pautas de reiteración y de abigarramiento.
El sepulcro de la infanta doña Leonor presenta, además, el interés de ser una obra fabricada en madera, pues los sepulcros de estas características solían fabricarse en piedra. La elección del material se debió, quizás, al hecho de que su empleo facilitaría su transporte desde el lugar de su fabricación, que no pudo ser otro que la ciudad de Burgos, principal centro artístico castellano del momento y lugar de referencia para el tipo de sepulcros como el que ahora felizmente se recupera junto con la memoria de su desdichada destinataria.
Desde el siguiente enlace se puede ver la página dedicada por la Junta de Castilla y León al sepulcro: "Sepulcro de la Infanta Leonor"
El artículo que sigue es el estudio que realizó el Profesor Fernando Gutiérrez Baños de la Universidad de Valladolid.